🥾 De Basirecota a Rohuerachi: Datos técnicos del recorrido
El segundo día nos llevó de Basirecota a Rohuerachi, a través de un trayecto exigente pero revelador. Fueron 16.32 kilómetros de caminata, con un ascenso acumulado de 620 metros y un descenso de 268 metros, alcanzando una altitud máxima de 2,334 metros sobre el nivel del mar. La altitud promedio se mantuvo en los 2,211 metros, lo que nos situó en un entorno de aire más ligero y vistas más amplias.
El terreno presentó pendientes de hasta 23°, aunque el promedio fue de 4°, permitiendo un avance constante. La vegetación fue diversa: bosque, pastizal, matorral, y una cobertura arbórea, lo que ofrecía tramos soleados intercalados con sombra dispersa.
La caminata se extendió por 7 horas y 11 minutos, atravesando paisajes que cambiaban con cada curva. El perfil del día fue claro: ascenso sostenido, terreno mixto, y un grupo que comenzaba a adaptarse al ritmo de la sierra.


🌅 Amanecer en Basirecota: La disciplina compartida
La noche anterior acordamos levantarnos a las 6 de la mañana, desayunar entre 6 y 7, y después de las 7, ya con más luz, levantar el campamento. Ese acuerdo sencillo marcó el inicio de una disciplina compartida: cada quien sabía lo que debía hacer, y el grupo comenzaba a moverse como un solo cuerpo.
Para cuando llegamos a la fogata, la cual estuvo encendida y mantenida toda la noche por nuestros hermanos rarámuri, Marco ya se había adelantado a preparar avena, café y agua caliente para las diferentes opciones que cada quien llevaba en particular. Mi esposa y yo desayunamos una bolsa con dos raciones de Mountain House, práctica y suficiente para iniciar la jornada. El desayuno fue breve pero suficiente: no solo alimento para el cuerpo, sino también para el ánimo.
A medida que la luz se desplazaba hacia el fondo del cañón, jugueteando con la corriente del río, las tiendas fueron desarmadas, las mochilas ajustadas, y los pasos comenzaron a alinearse hacia el siguiente destino. El campamento se recogió con cuidado, dejando el lugar tal como lo habíamos encontrado, como si nunca hubiéramos estado allí. Esa práctica silenciosa de respeto al entorno fue también parte del aprendizaje del día.





🚶♂️ La caminata hacia Rohuerachi
Con el campamento recogido y las mochilas ajustadas, emprendimos el trayecto hacia Rohuerachi. El sendero se abría ante nosotros con un ascenso sostenido, intercalado por tramos de sombra ligera y claros donde el sol caía con fuerza. El grupo avanzaba en silencio, cada paso marcando el compás de un día que prometía ser largo: más de 16 kilómetros de terreno mixto, con pendientes que exigían atención y un aire cada vez más ligero conforme ganábamos altitud.


Los compañeros rarámuris caminaban con naturalidad, como si el terreno les hablara en voz baja. Su andar ligero marcaba el ritmo, y nosotros aprendíamos a seguirlo, encontrando en su paso una lección de equilibrio y resistencia.


Rocío, siempre firme ahora a mi lado, ahora adelante, ahora atrás, acompañaba con esa mezcla de serenidad y fuerza que me recuerda que este viaje lo hacemos juntos, no solo en la sierra, sino en la vida.


Los primeros 3 a 4 kilómetros fueron difíciles, la pendiente exigía esfuerzo constante y el cuerpo apenas comenzaba a despertar. Sin embargo, las vistas eran hermosas, con el cañón desplegándose en formas majestuosas que compensaban cada paso. Después del kilómetro 4 alcanzamos la cima de la barranca, una meseta amplia con cañones a ambos lados que nos regalaba una perspectiva distinta del paisaje. Desde allí seguimos subiendo, aunque la pendiente se aligeró; aun así, los kilómetros pesaban y el avance se volvía más lento, marcado por la resistencia y la voluntad compartida. A media meseta llegamos a Huetosach, llamado así por sus alrededores blancos. Aquí tomamos un breve descanso en la morada de una familia rarámuri, aprovechamos nuevamente para ver y comprar artesanías.




El paisaje cambiaba con cada curva: pastizales abiertos, formaciones rocosas, y cañones que se desplegaban en silencio majestuoso. El río aparecía y desaparecía en el fondo de la barranca, como un hilo de plata en la vasta cañada. Las pausas eran breves: un sorbo de agua, un respiro compartido, una mirada que decía más que las palabras. Poco a poco, el grupo se afirmaba como un solo cuerpo, avanzando hacia el destino común.






🏕 Campamento en Rohuerachi y cierre del día
La llegada a Rohuerachi marcó el final de una jornada larga y exigente. El grupo, cansado pero satisfecho, se reunió para instalar el campamento en un espacio abierto que ofrecía seguridad y vistas hacia los cañones. Las mochilas se soltaron con alivio, las tiendas comenzaron a levantarse, y el silencio del lugar nos envolvió como un recordatorio de la vastedad de la sierra.

El fuego volvió a ser el centro de encuentro. Allí se compartieron alimentos sencillos: un guisado preparado por Marco, café, sopas deshidratadas, y las reservas que cada quien había traído. Las voces se mezclaban con el crepitar de la leña y el aire frío que descendía con la tarde.


Para la cena, varios miembros de las familias rarámuri de alrededor se acercaron, y tomamos la oportunidad de pedirles que nos vendieran dos kilos de tortillas recién hechas, pinole y chile chiltepín. Fue un verdadero manjar serrano, sencillo y profundo, que nos conectó con la tierra y con quienes la habitan. Ese gesto transformó la cena en un acto de encuentro: alimento compartido, cultura viva, y gratitud por la generosidad recibida.

La luz del día se fue apagando lentamente, dejando paso a un cielo profundo y estrellado. El cansancio se transformó en calma, y el grupo encontró en ese cierre la oportunidad de agradecer el trayecto recorrido. Cada quien, desde su silencio o su palabra, reconoció que el segundo día había sido un paso más hacia la afirmación del viaje colectivo.


El campamento quedó dispuesto para la noche, y la sierra nos recibió una vez más, recordándonos que el camino no solo se mide en kilómetros, sino en la manera en que aprendemos a habitarlo juntos.


✨ Frase del día
«La noche nos recibió bajo un cielo estrellado, y en el calor compartido de las tortillas recién hechas, el pinole y el chile chiltepín, comprendimos que el verdadero manjar del día había sido la unión con la sierra y con quienes la habitan.»