🥾 Del Río San Ignacio a Los Naranjos
El cuarto día nos recibió con un trayecto exigente y lleno de contrastes. La distancia total fue de 12.49 kilómetros, que se extendieron a lo largo de casi diez horas de caminata. El sendero nos llevó desde los 1,160 metros de altitud en el punto más bajo hasta alcanzar los 1,807 metros en el punto más alto, con un promedio de 1,615 metros. El esfuerzo acumulado se reflejaba en los números: 791 metros de ascenso positivo y 652 metros de descenso negativo, que marcaron la dureza del día. Las pendientes y los senderos estrechos fueron los protagonistas.
La vegetación acompañó gran parte del recorrido: con sombra constante y pequeños segmentos de pastizal que abrían claros en la barranca. Las laderas orientadas al norte ofrecían frescura y sombra prolongada, mientras que las expuestas al sol intensificaban el esfuerzo físico.
Definitivamente fue el recorrido más desafiante, pero también el más interesante y espectacular en cuanto a las vistas.


🌅 Amanecer y preparación
Despertamos con el murmullo constante del río, un sonido que parecía marcar el ritmo de la mañana y que nos envolvía en una calma especial. El ambiente estaba cargado de ánimo y expectativa, alimentado por los comentarios de Marco la noche anterior, que habían dejado al grupo con la ilusión de lo que vendría en la jornada.
El desayuno fue un verdadero regalo: el caldo de hueso, preparado desde la noche anterior, se convirtió en un manjar sin desperdicio. Su sabor profundo y reconfortante nos dio la energía necesaria para enfrentar el día más desafiante de la travesía.
Mientras compartíamos el alimento, las vistas de la cañada se desplegaban espectaculares frente a nosotros, recordándonos que estábamos justo en el corazón de las Barrancas del Cobre. La alegría del grupo era notable; se sentía en las risas, en los gestos y en la complicidad que nos unía. Era un momento de plenitud: la naturaleza, el esfuerzo y la compañía se entrelazaban en perfecta armonía.






🚶♂️ La caminata
La jornada del cuarto día fue, sin duda, la etapa más dura, pero también la que nos regaló las vistas más espectaculares. Gran parte del camino lo recorrimos bajo la sombra de los pinos y de los árboles de coníferas, cuya frescura nos acompañaba mientras avanzábamos. El sendero se extendía en partes por las laderas de las cañadas, abriéndose hacia panorámicas que dejaban ver la verdadera belleza de las Barrancas del Cobre: un paisaje inmenso, profundo y majestuoso.


Uno de los puntos más memorables fue la Cueva del Bebé. Reyes nos explicó que recibe ese nombre porque fue testigo del nacimiento de un bebé rarámuri. Al observar el lugar, uno comprende la verdadera resiliencia de nuestros hermanos rarámuris, capaces de enfrentar la vida en condiciones tan extremas y al mismo tiempo tan llenas de significado.

Más adelante llegamos a El Naranjo, donde hicimos un descanso. El sitio toma su nombre del árbol que crece en esa morada. Su propietario nos recibió con un saludo de mano a cada uno, gesto sencillo pero lleno de hospitalidad. Las naranjas que nos ofreció estaban frescas y dulces, todo inesperado y lleno de energía.


El almuerzo lo tomamos frente a una de las vistas que, a mi consideración, fue de las más hermosas de toda la travesía. La cañada, con sus montañas, recordaba a las formas de Huayna Picchu y Machu Picchu: un escenario realmente impresionante que nos dejó sin palabras.




El sendero nos llevó después al Paso de la Muerte, así llamado por Reyes. Lo cruzamos con la espalda contra la pared, observando el precipicio frente a nosotros. Fue un tramo breve pero intenso, que exigió concentración y calma.


El último descanso antes de alcanzar el puerto y el punto más alto fue en Las Canoas. Allí nos refrescamos con el agua que emana de las piedras y se recoge en una tinaja y en canoas de madera para las cabras. Fue un alivio sentir esa frescura antes de continuar.



El cansancio se hizo sentir de manera extrema al acercarnos al puerto que nos conduciría a uno de los senderos más técnicos: La Cristalera. Este tramo recibe su nombre por las minas de cuarzo ya agotadas que se encuentran en el lugar. El sendero fue realmente demandante, y cada paso parecía poner a prueba nuestra resistencia.

Finalmente, escuchar de nuevo el murmullo del río fue un verdadero alivio. Supimos entonces que habíamos llegado a nuestro último campamento. La Cristalera había sido dura, pero también nos dio la certeza de estar cada vez más cerca de concluir la travesía.

🌙 Campamento Día 4
Al final de la jornada, cruzamos el río y levantamos el campamento en la explanada de una morada deshabitada. El cañón nos recibió con vistas espectaculares, que la noche, con su juego de sombras y estrellas, hizo aún más intensas.

El fuego se reavivó pronto y la cena no se hizo esperar. Era la última cena de la travesía, y se convirtió en un momento de compartir todo lo que nos quedaba, como si cada bocado fuera también un símbolo de lo vivido juntos.



Alrededor del fuego, la plática se reanimó entre risas y anécdotas. La fatiga del día se transformó en alegría, y en ese círculo de luz y calor sentimos la unión del grupo más fuerte que nunca. La noche en el corazón de las Barrancas del Cobre cerró con un aire de plenitud, la noche estrellada de la barranca nos regalaba su despedida. Estábamos listos para el ascenso final hacia Divisadero Barrancas.

«La última noche nos envolvió en fuego y estrellas, un cierre perfecto de la travesía.»




























































































































